Una simple e indefensa pelotita en el ombligo fue la señal que alertó a Susana de que algo extraño pasaba en su cuerpo. Lo primero fue buscar en internet. “Nódulo de la hermana María José”, se le llama así por una monja norteamericana que lo descubrió y que se relaciona con cáncer. Fue a tres doctores, los dos primeros le dijeron que no sabía lo que era y el tercero le dijo que podía ser una hernia. Se operó y cuando se fue a sacar los puntos le entregaron la noticia de que la biopsia había arrojado cáncer de ovario. “Cuando me dieron el diagnóstico fue un momento de incredulidad y decía ‘esto es un sueño, quiero arrancar, el examen debe estar mal, esto no puedo ser yo, no debiese estar aquí’. Después del miedo, mucho miedo, pensé en mi hijo. En ese tiempo, él tenía 14 años, y yo decía ‘cómo me voy a morir y él va quedar sin mamá'”.
Luego de dos años de tratamiento de quimioterapia y tratamiento hormonal, a Susana le tocaba una segunda operación. Fue ahí cuando sucedió su punto de inflexión y logró soltar. Susana es del tipo de personas que tirita cuando va al dentista, pero cuando estaba por entrar a pabellón, algo hizo click en ella: “Me pasó algo muy bonito. El doctor me explicó que sería una gran cirugía y eso no me atormentó, estaba demasiado tranquila. La cirugía fue súper buena, tanto que ni siquiera me dolió y tuve una excelente recuperación. Yo creo que a partir de ahí empecé un proceso de aceptación. Todo pasa por este proceso de aceptación cotidiano, aprender a vivir con una enfermedad crónica, aceptar la propia finitud, aceptar la fragilidad, aceptar que realmente no controlamos nada y que vivimos una vida que no tiene garantía”.