El cáncer de tiroides produce síntomas cuando crece e invade localmente órganos vecinos. En algunas ocasiones se detecta como hallazgo en un examen como TAC o ecografía solicitado por otras razones.
En caso que el médico sospeche un cáncer de tiroides, puede solicitar los siguientes exámenes:
- Pruebas para evaluar la función de la tiroides (TSH, T3, T4).
- Ecografía cervical, para analizar el nódulo o tumor tiroideo y si existen ganglios linfáticos sospechosos.
- Gammagrafía con yodo radioactivo (I-131): consiste en inyectar una dosis endovenosa de yodo radioactivo y, posteriormente, obtener una imagen de la tiroides para ver si capta esta radioactividad. En general, los nódulos que captan menos radiación tienen más probabilidad de ser un cáncer.
- Biopsia de la tiroides, en general se hace con una punción con una aguja, la que obtiene una muestra del tumor o nódulo tiroideo sospechoso.
- Tomografía axial computarizada (TAC) para evaluar tamaño y forma de la tiroides, invasión de órganos vecinos por el tumor y presencia de ganglios sospechosos.
- Resonancia Nuclear Magnética del cuello para definir forma y tamaño del tumor tiroideo.
- PET-CT para detectar tumores en cualquier parte del cuerpo.
El conjunto de estos exámenes (algunos o todos los mencionados), permiten determinar en qué etapa está la enfermedad. Según el tamaño del tumor y compromiso de la tiroides y órganos vecinos, la presencia de ganglios comprometidos y otros órganos con metástasis; el paciente es clasificado en las distintas etapas del cáncer (I, II, III ó IV, donde la etapa I es la más precoz y la IV la más avanzada y de peor pronóstico).
Al tener la etapa de la enfermedad, el médico tratante, en conjunto con otros especialistas en el Comité Oncológico, definirán el mejor tratamiento específico para el caso y podrá definir el pronóstico probable de él.